No suelo dejar pasar los meses sin dar una vuelta por nuestro pueblo. Es algo que solamente el que se siente de aquí lo sabe. Y si la llamada de la tierra no es suficiente, el destino siempre busca una buena excusa para reencontrarte con él.
Este verano han sido varias las veces que me he dejado seducir por los paseos al atardecer por la Pocilla; los corrillos al caer la noche para tomar el fresquito; y sobre todo, hablar con su gente. Son los que te permiten retomar el pulso de un pueblo que echa de menos a tantos vecinos que no les queda más remedio que vivir en la distancia su condición de huelagueño.
Resulta tan fácil reencontrarte con Huélago, que no importa el tiempo que lleves fuera, porque de momento surge la hospitalidad arrolladora de este pueblo y te integras sobre la marcha. Así me ocurre una y otra vez que lo visito y me cruzo con mis amistades de la infancia, los vecinos de siempre y tanta gente que parece que los viste ayer y han pasado días y meses, cuando no años.
Así es este pueblo y su gente.
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